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Primera Parte: ¿Quién soy?

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Mi nombre es Ernesto de la Fuente Gandarillas y nací en Santiago de Chile el 17 de

Diciembre de 1939.

Primero que nada quiero agradecer a Mariano por la oportunidad que me brinda al

otorgarme este rincón en su website.

Es la primera vez que se me permite hablar sin tener un periodista de por medio. No es

que tenga algo en contra del periodismo o los periodistas pero deseaba, por una sola

vez, elegir yo que es importante y que no, en la increíble historia que sin querer me tocó

vivir.

Estudié Ingeniería Civil Mecánica en la Universidad de Concepción entre los cincuentas y

los sesentas, no por vocación sino por obligación, ya que mi padre era ingeniero. Sin

embargo la principal actividad que he tenido hasta hace poco ha estado relacionada

con el cine y la televisión, primero en Chile, cuando se creó el Canal 9 en el edificio de la

calle Beaucheff de la Universidad de Chile y luego en los Estados Unidos, viajando para la

realización de documentales.

En Norteamérica siempre quise ser camarógrafo de documentales (y no lo hacía nada

de mal), pero desgraciadamente cuando estuve en Nueva York era el único técnico

cinematográfico que podía hacer sonido y que hablaba español, así fue como quedé

etiquetado como Ingeniero de Sonido. Esta exclusividad me hizo ganar buenos dólares,

aunque no era el trabajo ideal.

Posteriormente volví a Chile y como el negocio audiovisual no estaba muy bueno en

aquel entonces, decidimos (porque ya me había casado) irnos de colonos a Chiloe. Eso

fue en el mes de Septiembre de 1983. Allí tuve un fundo de 2.200. Hás, cerca del pueblo

de Quemchi, cuyo bosque pretendía explotar.

Les cuento todo esto para quitarme esa etiqueta de personaje extraño con que la prensa

siempre ha pretendido mostrarme.

Hasta aquí, como Uds pueden ver, parecería una persona casi normal. Trabajaba mucho,

me había casado porque era necesario hacerlo, trataba desesperadamente de ganar

mucho dinero, competía con otros, fumaba mucho, compraba y fornicaba todo lo

posible.

Con decirles que era tan normal que no creía en sucesos paranormales.

En cuanto a la religión, me creía católico, aunque a mi manera, es decir como a mi se

me antojara.

No era tan arrogante como para afirmar que éramos los únicos habitantes del universo,

pero por lo que había aprendido en la universidad, sabía, lo había dicho Einstein, que era

imposible que vinieran a vernos.

Yo creía que lo estaba haciendo muy bien y casi todos mis conocidos opinaban lo

mismo.

Fue entonces que por necesidades de sobrevivencia me compré una estación de radio

de 11 metros, y ocurrió lo que jamás habría imaginado y que terminó por cambiar el

rumbo de mi vida en 180º.

2

Después de algún tiempo, que fue lo que me costó dominar el equipo, me hice amigo, a

través de la radio, de otros colonos que también se estaban instalando, aunque mucho

mas al sur que yo. Según ellos se trataba de una congregación religiosa llamada

Friendship que había comprado una isla en el archipiélago de los Chonos. La isla no se si

tendría nombre, pero ellos le pusieron Friendship, al igual que a la estación de radio que

operaban.

Estas conversaciones se realizaban casi todos las tardes y se prolongaban por una o dos

horas, según fueran las condiciones de propagación magnética.

Así, a medida que pasaban las semanas, se fue cimentando una hermosa amistad entre

personas, supuestamente, con intereses comunes y aislados del resto del mundo. Debo

aclarar que en esas conversaciones no participábamos solamente ellos y yo, sino muchos

otros radioaficionados tanto chilenos como del resto del cono sur de América.

Los Friendship poseían un yate, el Mythilus II, con el cual surtían las necesidades de su

congregación, y un día mientras estaban a la cuadra de la isla Caucahué me llamaron

por radio para que nos conociéramos personalmente en el muelle de Quemchi. Allí fue

donde los vi por primera vez.

Su aspecto era el de personas saludables de una edad indefinible entre los 35 y los 55

años. Su cabello era rubio oscuro, ojos claros y piel tostada por el sol, su estatura era

bastante mas allá de la media, pero lo que mas llamaba la atención era la paz que

irradiaba su presencia. Me hizo recordar la sensación que había sentido años atrás,

cuando por razones de trabajo tuve que filmar a un famoso maharashi hindú.

Con posterioridad a este encuentro ellos comenzaron a visitarme en mi casa y yo

empecé a conocerlos más. Pero entre mas los conocía mas me sorprendían, sus

conocimientos y cultura eran increíbles, pero lo mas extraño era que estaban basados en

principios diferentes a los nuestros. Por ejemplo, su matemática no usaba base 10 como

nosotros sino que la base 6, la que a veces para ciertos cálculos se transformaba en 60;

también su medicina partía de principios diferentes, al fijar su atención en el cuerpo sano

y no en las enfermedades. En historia, antropología, paleontología, astronomía, física, etc,

sus conocimientos eran increíbles, aunque a veces contradecían a los nuestros.

Todo esto me llevó a tener largas discusiones radiales con Ariel, Rafael, Gabriel etc, que

eran los nombres que ellos usaban. Al preguntarles por la fuente de tan increíble

sabiduría, humildemente contestaban que ellos eran ignorantes y que solo se limitaban a

poner en práctica los cocimientos que les entregaban los ―Angeles del Señor‖.

En un principio yo creí que la frase ―Los Angeles del Señor‖ era simplemente una figura

literaria que usaban dentro de sus creencias religiosas, pero a poco andar comencé a

escuchar cosas como que ―el próximo jueves no podríamos seguir conversando porque

bajarían a la isla los Angeles del Señor‖ o que Nathaniel debería retirarse de la radio, pues

era requerido por los Angeles del Señor‖ etc. etc.

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